Juguemos a imaginar querido lector. Imaginemos que un día despierta, como siempre lo ha hecho hasta el día de hoy, con la esperanza de que las cosas sean prosperas y que mañana sea mejor. Sale de su casa después de un apresurado o pausado desayuno, la ropa limpia, el peinado bien hecho, los zapatos recién boleados, sabedor de que no es un galán de cine pero de que sus raíces se le notan por donde quiera que se le mire. No es blanco, no es alto, no tiene el perfil griego, no tiene el acento del lugar en que vive y, sin embargo, suele reconocer el significado de ciertas frases… es ajeno a la tierra en que reside.
Te diriges como todos los días lo haces a tu trabajo, a las cinco o tres de la mañana, y contrario a lo que podría pensarse no es tu horario de salida sino de entrada. Sigues el camino que apenas es iluminado por el alumbrado público, que no tiene mucha diferencia al de tu lugar de origen, las calles siguen siendo calles, las banquetas son banquetas y por increíble que parezca el aire y las nubes son iguales a las de tu patria de origen.
La única diferencia que notas es que no hablan español, japonés, chino, turco, árabe, francés o sea cual sea tu idioma natal, a cambio escuchas todo en inglés. Cierto, lo olvidaba, el aspecto más importante es que en este lugar se gana en dólares.
Cada cual con su propia historia: esta quien abandonó a su familia en busca de suerte y se la juega sólo mandando dinero a quienes se quedan del otro lado; existe quien se llevó a todos los suyos en su travesía para comenzar una nueva vida desde; existe quien nació en esta tierra y como dice el dicho “ni de aquí y ni de allá”. Pero todos con la firme convicción de salir adelante.
Siempre te has manejado con un perfil bajo, no te metes con nadie, no buscas problemas, lo que es más, tratas de alejarte de ellos. En tu camino, bajo el cielo que aunque sabes universal no es el mismo que te cubría allá donde estabas, das tus pasos serenamente. Al cabo de un rato, cuando te encuentras cerca del bus o de tu lugar de trabajo, eres interceptado por una patrulla. El oficial desciende, sabes que tiene las mismas raíces que tú, no es ciudadano estadounidense por abolengo, si eres mexicano le ves “el nopal tatuado en la frente”, sin embargo, se dirige a ti en inglés. No eres muy hábil a la hora de comunicarte en ese idioma por lo que trastabillas y terminas diciendo un rotundo “what?”. Un “habla espaniol”, como no queriendo la cosa, aparece.
Al pasar las horas el frío de un cuarto incipiente que compartes con más de veinte “compatriotas”, eres avisado, que acorde a la ley SB1070, has sido detenido por ser un inmigrante en la tierra de los sueños y las oportunidades; la resolución: la inmediata repatriación en el mejor de los casos, de lo contrario algunos días en la cárcel.
Y a la mente de todos los que leemos e imaginamos llegan un sinfín de dudas, incertidumbre, sentimientos de frustración, ira y coraje. Tú solamente trabajabas, mantienes a una familia con un salario infinitamente menor al de un ciudadano estadounidense, no te quejas a pesar de que no vives en un palacio sino todo lo contrario, usas el transporte público, caminas grandes distancias, aunque no sabes inglés intentas aprenderlo todos los días, soportas el maltrato de toda esa gente que se cree superior a ti sólo por haber nacido en un pedazo de tierra que está más allá del norte que en tu país alcanzabas a ver con tus propios ojos, y por más que el tiempo sea adverso siempre miras al cielo sabiendo que sembrar hoy es cosechar un fructífero mañana.
¿Eres acaso un delincuente por buscar oportunidades en un lugar ajeno al tuyo? ¿Afecta realmente, al grado de considerarse peligrosos, ser la mano de obra barata de un país primermundista? ¿O es acaso que la estupidez y el irracionalismo son la nueva pandemia que se propaga rápidamente en un sitio que promueve la igualdad entre los hombres?
Dejemos de imaginar. Actuemos y reflexionemos.
Nota aclaratoria: cualquier parecido con la realidad no es netamente coincidencia.
Te diriges como todos los días lo haces a tu trabajo, a las cinco o tres de la mañana, y contrario a lo que podría pensarse no es tu horario de salida sino de entrada. Sigues el camino que apenas es iluminado por el alumbrado público, que no tiene mucha diferencia al de tu lugar de origen, las calles siguen siendo calles, las banquetas son banquetas y por increíble que parezca el aire y las nubes son iguales a las de tu patria de origen.
La única diferencia que notas es que no hablan español, japonés, chino, turco, árabe, francés o sea cual sea tu idioma natal, a cambio escuchas todo en inglés. Cierto, lo olvidaba, el aspecto más importante es que en este lugar se gana en dólares.
Cada cual con su propia historia: esta quien abandonó a su familia en busca de suerte y se la juega sólo mandando dinero a quienes se quedan del otro lado; existe quien se llevó a todos los suyos en su travesía para comenzar una nueva vida desde; existe quien nació en esta tierra y como dice el dicho “ni de aquí y ni de allá”. Pero todos con la firme convicción de salir adelante.
Siempre te has manejado con un perfil bajo, no te metes con nadie, no buscas problemas, lo que es más, tratas de alejarte de ellos. En tu camino, bajo el cielo que aunque sabes universal no es el mismo que te cubría allá donde estabas, das tus pasos serenamente. Al cabo de un rato, cuando te encuentras cerca del bus o de tu lugar de trabajo, eres interceptado por una patrulla. El oficial desciende, sabes que tiene las mismas raíces que tú, no es ciudadano estadounidense por abolengo, si eres mexicano le ves “el nopal tatuado en la frente”, sin embargo, se dirige a ti en inglés. No eres muy hábil a la hora de comunicarte en ese idioma por lo que trastabillas y terminas diciendo un rotundo “what?”. Un “habla espaniol”, como no queriendo la cosa, aparece.
Al pasar las horas el frío de un cuarto incipiente que compartes con más de veinte “compatriotas”, eres avisado, que acorde a la ley SB1070, has sido detenido por ser un inmigrante en la tierra de los sueños y las oportunidades; la resolución: la inmediata repatriación en el mejor de los casos, de lo contrario algunos días en la cárcel.
Y a la mente de todos los que leemos e imaginamos llegan un sinfín de dudas, incertidumbre, sentimientos de frustración, ira y coraje. Tú solamente trabajabas, mantienes a una familia con un salario infinitamente menor al de un ciudadano estadounidense, no te quejas a pesar de que no vives en un palacio sino todo lo contrario, usas el transporte público, caminas grandes distancias, aunque no sabes inglés intentas aprenderlo todos los días, soportas el maltrato de toda esa gente que se cree superior a ti sólo por haber nacido en un pedazo de tierra que está más allá del norte que en tu país alcanzabas a ver con tus propios ojos, y por más que el tiempo sea adverso siempre miras al cielo sabiendo que sembrar hoy es cosechar un fructífero mañana.
¿Eres acaso un delincuente por buscar oportunidades en un lugar ajeno al tuyo? ¿Afecta realmente, al grado de considerarse peligrosos, ser la mano de obra barata de un país primermundista? ¿O es acaso que la estupidez y el irracionalismo son la nueva pandemia que se propaga rápidamente en un sitio que promueve la igualdad entre los hombres?
Dejemos de imaginar. Actuemos y reflexionemos.
Nota aclaratoria: cualquier parecido con la realidad no es netamente coincidencia.
Edgar Francisco Mora Ortiz
3ºA T/M Cs de la Comunicación
Estados Unidos está enfermo y nosotros no cantamos mal las rancheras.
ResponderEliminarAllá los jóvenes se crían en la violencia y algunos terminan disparando a sus compañeros, aquí despreciamos a quien tiene nuestro mismo color de piel y que decir de la guerra contra el narco.
A mi me encantaría ponerme en la posición de que el gobierno gringo debe esto o aquello pero sinceramente no me sale si tengo problemas aqui mismo , prefiero empezar por la casa.
tenemos que mirar más hacia la frontera sur de nuestro país. Tenemos mucha cola que nos pisen.
ResponderEliminarY entonces preguntarnos quién es más recista EU o México.